IA en el Cine: ¿Revolución creativa o amenaza real?

 

¿Crear o simular?

La inteligencia artificial ya no es promesa. Es presente.

Una frase que se repite tanto que ya parece un cliché. Pero, como todo cliché, tiene algo de cierto.

Y en el campo audiovisual, ese presente avanza tan rápido que a veces apenas alcanzamos a entender lo que está ocurriendo.

Últimamente, reviso modelos que hace unas semanas ni existían. Interfaces nuevas. Funciones inesperadas. Herramientas que reconfiguran la escena, la luz, la narrativa… como si fueran piezas de una partitura en tiempo real. Y justo cuando creo empezar a entender, ya todo ha cambiado.

Runway, Veo, Sora, Kling.
Cada nombre es una puerta. Cada lanzamiento, una sacudida.
Diez, veinte, cuarenta pestañas abiertas, todas titilando. Cada una promete hacer más, hacerlo mejor, en menos tiempo.

La creación sin error

Hace unos días se lanzó Runway Aleph, un modelo capaz de intervenir directamente en los elementos de una escena generada por inteligencia artificial: atmósfera, iluminación, objetos, estilo. Basta con escribir una instrucción. Pronto bastará un teléfono y unos minutos libres en la sala de espera para crear una película de calidad profesional.

Y lo más impactante no es solo lo que puede hacer, sino lo fácil e intuitivo que resulta hacerlo. Solo necesita un prompt. 

Por supuesto, esa instrucción requiere atención, retoques, iteración. Puede perfeccionarse una y otra vez. Pero todo parece avanzar hacia un punto en que el sistema nos conocerá tan bien, con tal nivel de precisión, que la ingeniería del prompt irá desapareciendo, reducida a unas pocas instrucciones simples y certeras.

¿Un nuevo paradigma o una ilusión sin cuerpo?

Todo esto me mantiene en vilo: entusiasta, inquieto, agotado, atento. Me empuja a imaginar lo inconcebible y a hacerme preguntas una tras otra. En mi caso, como creador de contenido, realizador audiovisual y comunicador, no se trata solo de lo que viene, sino de lo que ya está ocurriendo.

Modelos como Runway Gen-3, Sora de OpenAI, Veo de Google o Kling de ByteDance ya permiten generar videos con un nivel de realismo sorprendente. No solo escenas o paisajes, sino movimientos de cámara, iluminación, actuaciones, atmósferas emocionales completas.

Lo que antes requería semanas de rodaje y posproducción, hoy puede resolverse en minutos con un modelo entrenado.

Como realizador, he visto cómo estas herramientas pasaron de ser un complemento técnico a convertirse en entornos de creación casi autónomos. Ya no hablamos solo de edición o retoque. Hablamos del control total de todos los elementos narrativos y estéticos.

La eficiencia que ignora el azar

Al principio parecía que la inteligencia artificial venía a facilitar ciertas partes del proceso. Pero ahora vemos con claridad que se perfila un nuevo paradigma. Uno donde el proceso análogo empieza a perder lugar. Donde salir a grabar, convivir con la luz real y el error humano, comienza a parecer una práctica marginal.

¿Será que la creación sin fricción, sin riesgo, sin cuerpo será la nueva norma?

Lo que antes era incertidumbre hoy comienza a mostrar un rostro concreto: eficiencia absoluta, hiperrealismo, control. Cada versión nueva afina más el detalle. Cada modelo promete mayor coherencia, mayor precisión. Pero también, menos espacio para el azar, para el temblor, para lo inesperado.

Lo que aún no se puede simular

Hay una escena en eXistenZ, la película de David Cronenberg de 1999, donde los personajes se sumergen en realidades virtuales orgánicas, tan inmersivas que ya no pueden distinguir entre lo real y lo simulado. En medio de esa confusión ontológica, uno de ellos dice:

“Todavía opero una gasolinera… pero solo en el nivel más patético de la realidad.”

Esa línea vuelve con fuerza.
¿Y si lo real empezara a parecer patético frente a las versiones simuladas que podemos generar?

Hoy no se trata solo de técnica.
Se trata del lugar desde donde creamos.
Si todo puede editarse, refinarse, generarse…
¿qué sentido tiene aún lo que no puede corregirse?
¿Dónde habita la emoción cuando el proceso está desprovisto de cuerpo, de error, de tiempo?

Estas tecnologías son fascinantes, sí.
Pero también desafían el núcleo de lo que entendemos por experiencia estética.

La pregunta sigue siendo humana

No creo en una nostalgia inútil. No reniego de las herramientas. Me maravillan. Me abren posibilidades nuevas. Pero tampoco quiero olvidar que la creación no es solo el resultado. Es el trayecto. Lo que se ensucia, se demora, se quiebra en el camino.

Crear no puede volverse solo una cuestión de inputs.
De prompts bien formulados. De outputs perfectos.

Tal vez lo que nos toca ahora no sea elegir entre lo análogo o lo artificial.

Sino aprender a hacerlos dialogar.
A sostener las preguntas.
A no perder de vista el temblor.

Porque crear, en esencia, siempre será arriesgarse a no saber del todo lo que va a pasar

Autor Jordi Goya

 

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